10 de junio de 2015

Mi amante eterno, el cine.


CRÓNICA: Historia de un Cinéfilo empedernido


Un personaje que vivió, creo, y fue participe de los inicios del  cine en  Cali, revive sus experiencias y narra su vida, una vida entorno al cine, recordando las  anécdotas y los recuerdos de uno de los momentos mas importantes de una época que nunca olvidará.

 Por Melissa Muñoz



        http://www.caliwood.com.co/teatros--estudios.html
  http://www.filmaffinity.com /es/film981874.html




E
l ventilador suena estruendosamente como la turbina de un avión. Afuera llueve a cántaros, un respiro para los ciudadanos que tienen que soportar todos los días el calor infernal de Cali.  José se acomoda lentamente en su silla,  le da un sorbo a su taza de té y se dispone a desempolvar su memoria y recordar su historia con el cine.
Todo comenzó con la Cali de los Juegos Panamericanos, en 1971. José Urbano tenía cinco años y vivía en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Un día tocó a su puerta un grupo de personas,
“eran unos tipos peludos con cara de inteligentes que le dijeron a mi familia que iban a hacer una película: ¡UNA PELÍCULA!..”. Lo primero que se le ocurrió a José, un niño pequeño al que nadie le pedía su opinión, fue: una película del viejo oeste, iba a ver a su papá disparando y montando a caballo como los vaqueros, pero al final resultó ser solo un documental.
Mayolo y Luis Ospina en compañía de Andrés Caicedo, tres personajes que luego serían los mayores exponentes del cine en Cali,  querían hacer un documental para ridiculizar al presidente de Colombia y mostrar que los pobres seguirían siendo pobres a pesar de todas las grandes obras que se hicieran en la ciudad. Es así como la película “Oiga, vea” se convirtió en la primera película del movimiento Caliwood, es decir, un clásico del cine colombiano. Un año después cuando se estrenó, fueron a buscar a la familia Urbano para mostrarles la obra, “proyectaron la película en la pared del garaje y empezó a sonar ese rrrrrrrrr del proyector. Fue muy emocionante ver a mi papá en una película, esa experiencia me marcó”.
A partir de ese momento José comenzaría a ir muy a menudo a cine a “los teatros de tercera vuelta”, refiriéndose así a los teatros en donde la película llegaba después de un año de haberse estrenado, con la cinta  rayada, vieja, cientos de veces usada. Solo cuando creció y cursó el bachillerato en el colegio Santa Librada,  visitó un  teatro “de primera vuelta”, el teatro Calima: un teatro situado al inicio de la emblemática avenida sexta, un teatro que solo se encuentra en las memorias de los que lo conocieron, un teatro que ya no existe. “Era gigantesco, enorme, tenía 1300 butacas, uno entraba al teatro Calima y se volvía loco. Los personajes eran veinte veces mas grande que tú”, recuerda.
Así empezó José a contagiarse muy seriamente de Cinesífilis, una enfermedad terminal denominada así por Andrés Caicedo y cuya posología indica que se debe tomar diariamente una dosis de cine para sobrevivir.
“El cine me enseñó dos grandes cosas: a conocer el mundo y a ser anti imperialista”. Por sus limitaciones económicas era impensable para José ir a viajar  por el mundo.La pantalla grande se lo permitiría  y  es así como conoció las grandes ciudades y lugares del universo; conoció los Estados Unidos, la Torre Eiffel en Francia, caminó a través de La Gran Muralla China y pudo ver de cerca la nieve en Rusia. Con los estadounidenses le pasó algo muy particular, se convirtió en anti yanqui pues para él “todo lo bueno pasaba allá”, no podía aceptar que Godzilla pasara por Buenaventura pero no se detuviera. “Godzilla es racista no le gustan los negritos de aquí”. Los grandes terremotos, los remolinos, el fin del mundo, todo sucedía en ese país. José empezó así a enamorarse cada vez más del cine y a ver películas “buenas” y no tantas  “malas” como lo hacía en su juventud. Etiquetar una película como buena o mala suele ser un interminable debate pero si se le pregunta a José qué es para él una película buena, esta es su respuesta: “una película buena es una película que hubiera querido hacer yo”.
Es así como después de unos años José formó un cine club en el teatro Calima llamado Cine Ojo, “el cine club es tal cual como cuando los creyentes van a la iglesia, el cine es un rito y nunca dejará de ser un rito y nunca morirá”.
Para José no importa que pase el tiempo y los teatros se vuelvan cada vez más pequeños, para él, el cine nunca se extinguirá: “llegó la radio…que iba a matar al cine, llegó la televisión…que iba a matar al cine, pero  nunca murió, y nunca lo hará”.
José se estira un poco, está rodeado de todas sus películas en un lugar que parece haberse congelado en el tiempo con varios afiches del séptimo arte, tose un poco. Ya ha parado de llover al exterior de la pequeña tienda de películas, La Ventana Indiscreta, llamada así en honor a  la aclamada cinta del rey del suspenso Alfred Hitchcock; el local  es tan pequeño que se vuelve casi invisible para quienes pasan en carro por la avenida circunvalar en el tradicional barrio San Fernando, sin percatarse que allí se guarda un enorme tejido de recuerdos a lo largo de todo una vida alrededor del cine. Un espacio donde su dueño es un completo Cinéfilo, seriamente contagiado de Cinefílis, empeñado en honrar al cine y no dejar que sea olvidado.






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