CRÓNICA:
Historia de un Cinéfilo empedernido
Un personaje que vivió, creo, y fue participe de los inicios del cine en Cali, revive sus experiencias y narra su vida, una vida entorno al cine, recordando las anécdotas y los recuerdos de uno de los momentos mas importantes de una época que nunca olvidará.
Por Melissa Muñoz
http://www.caliwood.com.co/teatros--estudios.html
http://www.filmaffinity.com /es/film981874.html
E
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l ventilador suena
estruendosamente como la turbina de un avión. Afuera llueve a cántaros, un
respiro para los ciudadanos que tienen que soportar todos los días el calor
infernal de Cali. José se acomoda
lentamente en su silla, le da un sorbo a
su taza de té y se dispone a desempolvar su memoria y recordar su historia con
el cine.
Todo
comenzó con la Cali de los Juegos Panamericanos, en 1971. José Urbano tenía
cinco años y vivía en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Un día tocó a
su puerta un grupo de personas,
“eran unos tipos peludos con
cara de inteligentes que le dijeron a mi familia que iban a hacer una película:
¡UNA PELÍCULA!..”. Lo primero que se le ocurrió a José, un niño pequeño al que
nadie le pedía su opinión, fue: una película del viejo oeste, iba a ver a su
papá disparando y montando a caballo como los vaqueros, pero al final resultó
ser solo un documental.
Mayolo y
Luis Ospina en compañía de Andrés Caicedo, tres personajes que luego serían los
mayores exponentes del cine en Cali,
querían hacer un documental para ridiculizar al presidente de Colombia y
mostrar que los pobres seguirían siendo pobres a pesar de todas las grandes
obras que se hicieran en la ciudad. Es así como la película “Oiga, vea” se
convirtió en la primera película del movimiento Caliwood, es decir, un clásico
del cine colombiano. Un año después cuando se estrenó, fueron a buscar a la
familia Urbano para mostrarles la obra, “proyectaron la película en la pared
del garaje y empezó a sonar ese rrrrrrrrr del proyector. Fue muy emocionante
ver a mi papá en una película, esa experiencia me marcó”.
A partir de
ese momento José comenzaría a ir muy a menudo a cine a “los teatros de tercera
vuelta”, refiriéndose así a los teatros en donde la película llegaba después de
un año de haberse estrenado, con la cinta
rayada, vieja, cientos de veces usada. Solo cuando creció y cursó el
bachillerato en el colegio Santa Librada,
visitó un teatro “de primera
vuelta”, el teatro Calima: un teatro situado al inicio de la emblemática avenida
sexta, un teatro que solo se encuentra en las memorias de los que lo
conocieron, un teatro que ya no existe. “Era gigantesco, enorme, tenía 1300
butacas, uno entraba al teatro Calima y se volvía loco. Los personajes eran
veinte veces mas grande que tú”, recuerda.
Así empezó
José a contagiarse muy seriamente de Cinesífilis, una enfermedad terminal
denominada así por Andrés Caicedo y cuya posología indica que se debe tomar
diariamente una dosis de cine para sobrevivir.
“El cine me
enseñó dos grandes cosas: a conocer el mundo y a ser anti imperialista”. Por
sus limitaciones económicas era impensable para José ir a viajar por el mundo.La pantalla grande se lo
permitiría y es así como conoció las grandes ciudades y
lugares del universo; conoció los Estados Unidos, la Torre Eiffel en Francia,
caminó a través de La Gran Muralla China y pudo ver de cerca la nieve en Rusia.
Con los estadounidenses le pasó algo muy particular, se convirtió en anti
yanqui pues para él “todo lo bueno pasaba allá”, no podía aceptar que Godzilla
pasara por Buenaventura pero no se detuviera. “Godzilla es racista no le gustan
los negritos de aquí”. Los grandes terremotos, los remolinos, el fin del mundo,
todo sucedía en ese país. José empezó así a enamorarse cada vez más del cine y
a ver películas “buenas” y no tantas
“malas” como lo hacía en su juventud. Etiquetar una película como buena
o mala suele ser un interminable debate pero si se le pregunta a José qué es
para él una película buena, esta es su respuesta: “una película buena es una
película que hubiera querido hacer yo”.
Es así como
después de unos años José formó un cine club en el teatro Calima llamado Cine
Ojo, “el cine club es tal cual como cuando los creyentes van a la iglesia, el
cine es un rito y nunca dejará de ser un rito y nunca morirá”.
Para José
no importa que pase el tiempo y los teatros se vuelvan cada vez más pequeños,
para él, el cine nunca se extinguirá: “llegó la radio…que iba a matar al cine,
llegó la televisión…que iba a matar al cine, pero nunca murió, y nunca lo hará”.
José se
estira un poco, está rodeado de todas sus películas en un lugar que parece
haberse congelado en el tiempo con varios afiches del séptimo arte, tose un
poco. Ya ha parado de llover al exterior de la pequeña tienda de películas, La
Ventana Indiscreta, llamada así en honor a
la aclamada cinta del rey del suspenso Alfred Hitchcock; el local es tan pequeño que se vuelve casi invisible
para quienes pasan en carro por la avenida circunvalar en el tradicional barrio
San Fernando, sin percatarse que allí se guarda un enorme tejido de recuerdos a
lo largo de todo una vida alrededor del cine. Un espacio donde su dueño es un
completo Cinéfilo, seriamente contagiado de Cinefílis, empeñado en honrar al
cine y no dejar que sea olvidado.
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